Las aventuras de las Can y sus amigos. El misterio de la ciudad dormida by Mary Carmen Delgado Barranquero

Las aventuras de las Can y sus amigos. El misterio de la ciudad dormida by Mary Carmen Delgado Barranquero

autor:Mary Carmen Delgado Barranquero
La lengua: eng
Format: epub
editor: Mr. Momo
publicado: 2017-11-13T00:00:00+00:00


* * *

6 Vórtice: torbellino, remolino.

Capítulo VIII

El encuentro

Llegaron al Teatro Grande. Tras su escenario colgaba un letrero en el que se podía leer: «Cuartel de Gladiadores». Entraron. En un recinto arrinconado vieron una prisión y, dentro, a sus amigos.

El primero en averiguar que alguien se acercaba fue Zango. Se puso en pie y gritó:

—¡Quiero ver a un abogado!

Todos se levantaron y le taparon la boca.

—¡Zango, son las chicas! —le avisó Kalon.

Kelen se acercó, lanzó una mirada de complicidad a su hermano Kalon y le tendió la mano a Zango diciéndole:

—Mira lo que encontré, póntelas y deja de gritar.

Zango se puso sus gafas, pues no veía bien sin ellas.

—¿Y ahora qué hacemos? Hay que aligerarse antes de que llegue alguien —se apresuró Martina.

—¿Quién es tu nuevo amigo y cómo nos habéis encontrado? —le preguntó Kalon a Martina.

—Ya os lo contaremos más tarde —respondió Martina.

—Los policías siempre encuentran a los ladrones —sonrió Cat—. ¡Vamos a intentar primero salir de aquí!

—Necesito una horquilla —pidió Marc.

A Marc no había cerradura que se le resistiera. En varias ocasiones había perdido las llaves del gallinero, ya que la mayoría de las veces se encargaba de echarle pienso a las gallinas, por lo que se especializó en abrir las cerraduras con una horquilla.

Isis estaba ya quitándose una de la cabeza cuando Cat la detuvo y le dijo:

—Tú no. Sabrina, mejor tú.

—Es que como se la dé, se me cae la pluma —contestó Sabrina, y todas rieron.

—A mí me pasa igual con la flor —meditó Cat.

—Toma, Marc, una de mis horquillas —se ofreció Kelen.

Cat se acercó a su hermana Isis y murmuró:

—No podemos arriesgarnos a que se te caiga la peineta, ¡querida Diosa!

—Pues no es precisamente a mí a quien no le quita ojo Plinio, ¿eh, querida hermanita? —se percató Isis guiñando un ojo.

Una vez abierta la prisión, las chicas corrieron hacia sus amigos para abrazarlos.

Plinio se apresuró a decir:

—¡Venga! ¡Rápido! Vayámonos de aquí antes de que alguien se dé cuenta.

Y todos salieron huyendo detrás de él.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Tom.

—¡Al Anfiteatro! Una vez estemos allí a salvo, hablaremos.



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